Importancia del mundo simbólico en la construcción de la imagen corporal                                                                     por Valeria Quiroga  - 19.07.2014 10:55

Desde el inicio de la vida se encuentra involucrado el cuerpo. Nacemos siendo cuerpo, un cuerpo al cual la madre debe ir moldeando, amando, tocando, besando, libidinizando para que ese ser no permanezca únicamente como un cuerpo, sino que a ese cuerpo se le deben ir agregando otros atributos para que de cuerpo biótico devenga a un cuerpo simbólico. Recién allí, ese ser tendrá la capacidad para comunicarse con los demás, podrá sentir, podrá reír, podrá aprender, en definitiva, podrá vivir. Parafraseando a Lacan (1936), en los comienzos solo hay imágenes, de las cuales la más importante es la imagen de la madre, representante, a su vez, del pecho materno. Este mundo de imágenes es lo que Lacan denominó el mundo imaginario. Al principio, el niño no podrá diferenciar las imágenes, es decir, no las podrá distinguir como externas porque serán una unidad junto a él. Con el ingreso al estadío del espejo es cuando comenzará a diferenciarse de aquel otro semejante que es la madre. No obstante, para que esto ocurra otro ingrediente se requiere para completar el mundo imaginario, y es la libido. Es decir, que la imagen sería un medio para que pueda circular la libido en toda la corporalidad del ser humano (Nasio, 1996).

Por lo tanto, la relación entre el Yo y la imagen, o entre el Yo y los otros o los semejantes se sustentará en la libido, definida como energía. Energía que se manifestará en el júbilo que presenta el infante cuando es colocado frente a un espejo. Este júbilo es el que le permite, asimismo, identificarse con aquella imagen que le devuelve el espejo, o sea su madre. En consecuencia, se obtienen tres términos que reflejan las etapas evolutivas del lactante, a saber, que en un comienzo se encuentra un cuerpo fragmentado que tomará unidad a través del estadío del espejo mediatizado e impulsado por la libido. Este ternario (Yo-Imagen-Libido) dará paso al mundo simbólico, el mundo propio de los seres humanos, el mundo que abre paso a la comunicación, al lenguaje, a las normas y a las leyes, representadas estas últimas por el Nombre del Padre, denominación que le dio Lacan a la ley paterna, posibilitadora del ingreso a la cultura. Ahora bien, la función del Nombre del Padre es mantener vivo el deseo de la madre, es tener la capacidad de separar al niño de su madre y que esa madre pueda sostener a su hijo aún mirando hacia otro lado, ¿a qué lado? mirando hacia el padre, es decir, como una madre deseante del padre, es una madre que desea al padre y no exclusivamente a su hijo. Esta noción colabora para que el hijo no quede atrapado en la voracidad de la madre y pueda ir estructurando su aparato psíquico (Nasio, 1996).

Por otro lado, dentro del ternario simbólico, además del padre, se encuentra la madre como Otro al cual el niño se identifica simbólicamente, no ya imaginariamente. Esta forma de identificación simbólica le permitirá la formación del ideal del yo (Nasio, 1996).

Por supuesto, que el ideal del yo pertenece a formaciones del desarrollo más avanzado. Sin embargo, deben ocurrir, evolutivamente, ciertos pasos y ciertas estructuras para poder alcanzar dicha formación. La misma se encuentra en estrecha relación con la formación de la conciencia moral y es herencia de las relaciones que se hayan establecido desde pequeños con los padres (Freud, 1932). El ideal del yo es el que portará, al término del Complejo de Edipo, el Superyó.

Es así como el niño se va formando su propia imagen corporal como aquella representación psíquica que se tiene del propio cuerpo, y en este proceso es que tiene principal importancia y protagonismo la función materna; función que se escenifica desde antes del nacimiento, y la cual debe asumir una responsabilidad y participación que incluye el deseo de ser madre. Dicho deseo será el motivo que impulse para ejercer los cuidados necesarios, para poder acariciar al bebé, aún desde lo biótico, para ser capaz de alimentarlo produciendo su propio alimento, brindando el pecho materno, el cual así como la madre lo cuida desde lo emocional, desde lo psíquico, la leche materna, cuida al niño de las infecciones, de las enfermedades y hasta se podría decir, de la muerte, en especial cuando se trata de niños nacidos prematuramente (Waserman, 2012, Octubre).

Referencias

Freud, S. (1932). 31ª Conferencia. La descomposición de la personalidad psíquica. En Obras Completas. Vol. XXII. Buenos Aires: Amorrortu Ediciones.

Lacan, J. (1936). Más allá del principio de realidad. En Escritos I. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

Nasio, J.D. (1996). Los gritos del cuerpo. Buenos Aires: Paidós.

Waserman, M. (2012). Reflexiones sobre la función materna. En Revista Actualidad Psicológica, Año XXXVII, No. 412, p.9-12.